Por Juan Carlos Flores Merino

Muchos términos de nuestro lenguaje tienen que ver con el mundo de los antiguos marineros. Este 2018 traerá muchas oportunidades (cualidad de estar frente a un puerto).​​ Algunos se harán muchas preguntas (peguntar proviene de la acción de rascar el fondo del lecho marino o de un río) acerca de qué se trata esta vida, y seguro que el año nuevo nos jugará alguna que otra broma (moluscos que se adhieren al casco de la embarcación y la van haciendo más lenta)​.

Si nos ponemos en el mismo canal (conducto artificial donde se lleva agua), podríamos asegurar que la vida es como un río que fluye continuamente. Cada uno de nosotros nace dentro de la embarcación de una familia o grupo, y a lo largo de la vida nos vamos haciendo de nuestro propio medio de flotación. Quizá comencemos con un salvavidas y podemos ir avanzando pasando
por lanchas, trajineras, kayaks hasta enormes barcos de lujo o trasatlánticos. Algunos no abandonan nunca el barco familia​.​

Si hablamos de cómo navegamos este río de vida, nos damos cuenta de que cada uno decide la velocidad de crucero, dependiendo si decidimos utilizar las manos, remos o motor para avanzar. Otros se dejan remolcar. Algunos más se van por la zona de rápidos y otros optan por quedarse en zonas con poca corriente. Sin embargo, muchos de nosotros nos aferramos a salientes que encontramos en el camino, ya sea porque nos gustó una rama, una piedra, un barco varado o cualquier otra cosa material que al final, si no soltamos, no nos deja avanzar. Esto se llama apego.​​

En la actualidad, lo material ha cobrado tal importancia que vivimos apegados mayormente a cosas (dinero, autos, casa, celulares) y buscamos invariablemente la siguiente adquisición, que será una saliente del lecho a la que nos aferraremos y que seguramente nos haría encallar (“Dicho una embarcación: dar en arena o piedras y quedar en ellas sin movimiento”, según la primera acepción que ofrece el Diccionario de la RAE).

En otras ocasiones lo que nos deja sin avanzar son personas en relaciones improductivas. Quizá decidamos lanzarnos al agua para salvar a alguien que al final acabe por hundirnos. La gran ventaja es que, si todos estamos en este río que es la vida, todos tenemos las mismas oportunidades. Si bien la vida es un flujo constante y no podemos ir contra corriente (me refiero a que no podemos regresar el tiempo ni evitar envejecer), sí podemos tomar decisiones y colocar nuestras velas, remos o motores en la dirección que deseemos. Por supuesto que podemos echar anclas y disfrutar zonas de confort (muy necesarias, por cierto) y levar anclas cuando consideremos que sea el momento más propicio.

Aquí unas recomendaciones para navegar:

  • Define si eres marino de mar o de agua dulce. Esto es, conócete y define tus fortalezas. Trabaja en ellas y no te compares con los demás. Al final, lo que tienes que superar es a tu propia versión anterior.
  • Escucha a los viejos lobos de mar. Está bien aprender por uno mismo y que nadie experimenta en cabeza ajena; sin embargo, la gente con experiencia puede ayudarte a avanzar más rápida y efectivamente. Consigue uno o varios mentores, vivos o muertos (no hablo de sesiones espiritistas, sino de autores que dejaron legados en escritos, grabaciones o videos).
  • Define tu ruta. Dicen que para una barca sin puerto cualquier viento es favorable. Si no sabemos adónde queremos ir no importar  lo que hagamos. Se requiere saber qué queremos a partir de saber quiénes somos. Se vale cambiar de ruta, siempre y cuando sea porque así lo decidimos y no porque alguien así lo quiso. Como mexicanos decimos que hay que echarle ganas. Lo malo es que acabamos salpicando de ganas un sinfín de objetivos, desgastándonos innecesariamente. Si sabemos hacia dónde queremos ir, lo más probable es que seamos más efectivos en el uso de los recursos.
  • Aprende a nadar. No importa que navegues en un yate, nada te asegura que no acabes en el agua. Aprende y practica nuevas habilidades que te sirvan en diferentes ámbitos de vida. Las habilidades de comunicación (escuchar, cuestionar, dar retroalimentación, lenguaje no verbal, escribir y hablar correctamente) son básicas para una buena relación humana. Los idiomas son importantes si navegas por los siete mares. Aprender oficios y certificarse en metodologías específicas puede ser de más ayuda que tener estudios de posgrado, sobre todo si decides cambiar de puerto (mudarte de país, por ejemplo). Conocer y manejar técnicas de supervivencia y primeros auxilios es muy conveniente, ya que de ello puede depender la vida en una emergencia.

En esta vida no todo es un mar de lágrimas ni hay que dejarse llevar siempre por la corriente. A veces dan ganas de mandar todo al carajo (la parte más alta del mástil a donde se mandaba a los marineros como castigo). Lo que es un hecho es que la vida es un flujo continuo del tiempo y no es ni buena ni mala, simplemente es. Nuestras decisiones son las que nos llevan a buen puerto y nuestras habilidades nos harán más diestros en el arte de navegar. No importa la edad que tengas, si estás leyendo este artículo, seguro tienes oportunidad de dar un golpe de timón.

Juan Carlos Flores Merino

Juan Carlos Flores Merino es Socio-Director de Acctúa.  
Contacto:  [email protected]