Por Juan Carlos Flores Merino
¿Alguna vez te aconsejaron echarle ganas? ¿Te sirvió? ¿Pudiste resolver lo que tratabas de arreglar? La frase de “echarle ganas” es el equivalente a decirle a una persona que está sujeta a una cuerda en un precipicio, “no te sueltes” (¿quién en su sano juicio lo haría?).
Cuando tenemos algún “atorón” en cualquier ámbito de nuestra vida, lo que deseamos es que nos digan qué hacer. Así que, si no sabemos qué hacer, ¿para qué le echamos ganas? O mejor dicho, ¿hacia dónde las echamos sin acabar salpicando todo de ganas?
En este punto quiero referirme a la definición de objetivos, a lo que queremos. La gente en general sabe lo que NO quiere, pero le cuesta definir lo que SÍ. Y si cuesta trabajo definir el camino por seguir, cuesta más todavía definir cuántas ganas debemos echarle.
En este punto quiero referirme a la definición de objetivos, a lo que queremos. La gente en general sabe lo que NO quiere, pero le cuesta definir lo que SÍ. Y si cuesta trabajo definir el camino por seguir, cuesta más todavía definir cuántas ganas debemos echarle
Definir objetivos es una tarea de suma importancia, aunque a veces no le dedicamos el tiempo suficiente. Y no se trata de utilizar modelos o tecnología especial, sino del tiempo de análisis que implica. Cuando uno sabe qué quiere, suceden cosas que parecieran magia: comienzan a “aparecer” las opciones y los recursos necesarios para lograr el objetivo.
Frases como “cuando quieres algo, todo el universo conspira para ayudarte a conseguirlo”, de Paulo Coelho, o “cuando el alumno está preparado, el maestro aparece” se relacionan con ello.
Cuando sabes qué quieres, comienzas a darte cuenta de las cosas que tenías a la mano y que no habías utilizado, simplemente porque no sabías que te servían. No es magia, es el hecho de que al definir el objetivo sabemos qué vamos a requerir y podemos comenzar a buscarlo o lo podemos identificar cuando lo vemos.
En este sentido, cabe recordar ciertos aspectos de importancia:
Conócete. No hay mejor inversión que la que se hace en uno mismo. Después de todo, es el activo más importante y con quien siempre viviremos. Definir cómo eres, qué te hace feliz, qué te hace vibrar o sentirte pleno te dará pistas sobre el rumbo que debes tomar.
Lee. Cada libro es una posibilidad; nos abre puertas. No te recomiendo que leas de todo, pero sí todo lo que llame tu atención y te atrape. Adicionalmente, puedes usar todos los medios que te aporten información sobre el mundo en general: videos, audios, conferencias, pláticas con expertos o personas apasionadas por diferentes temas (aunque no estés de acuerdo con ellos).
Viaja. Entre más lejos mejor. Esto te obliga a cambiar de perspectiva. Viajar genera retos al cerebro, lo que ayuda a detener o disminuir las posibilidades de enfermedades como el Alzheimer. ¿No puedes viajar lejos? Mira con ojos de turista el vecindario en el que vives o frecuentas como primer paso.
Únete a grupos de personas con intereses similares. En ellos encontrarás a quien tiene más información que tú y a quién puedes ayudar. Ambas cosas son muy importantes, pues como seres sociales nos desarrollamos y validamos en grupo, y ayudar y ser ayudado genera las sustancias que tu cerebro requiere para sentirse bien.
Capacítate. Esto requiere de recursos, pero, recuerda, no hay mejor inversión que tú. Define qué temas te interesan y te servirán para definir y echar a andar las acciones para alcanzar tus objetivos. Muchas veces, cuando participas en algún programa de desarrollo, puedes darte cuenta de cosas que no habías imaginado y entonces surgir la pasión por actividades que podrían acabar siendo tu motor de vida.
Pide retroalimentación. Cuando nos abrimos a lo que los demás ven en nosotros, nos damos cuenta de lo que se ve desde fuera. A esto podríamos llamarlo el “síndrome del mal aliento”: los demás lo notan, pero nosotros no. Esto no implica sólo lo malo, sino aquello que quizá los demás observan en nosotros que hemos estado desperdiciando y que podemos incluir y desarrollar mucho más.
Trabaja en tus fortalezas. En general, la gente nos pide mejorar lo que hacemos mal; sin embargo, si mejoramos aquello en lo que somos buenos, seremos incluso mejores. ¿Te has preguntado en qué eres mejor que 1 millón de personas? Trabajar las fortalezas reduce el tiempo en cuanto a nuestro desarrollo. La recomendación adicional es que trabajes solamente aquellas debilidades que te detengan o que definitivamente puedan causar daños colaterales.
¿Ya sabes qué quieres? Échale ganas justo en la dirección que has definido.