Marcela Anaya, investigadora del Instituto de Biotecnología de la UNAM, encabeza un proyecto enfocado en encontrar alternativas para eliminar la presencia de estrógeno en el agua, pues éste componente podría generar cambios perjudiciales tanto en las especies marítimas como en los humanos, asegura.
Según determinaciones de la colaboradora de la UNAM, aunque la presencia de estrógeno en el agua es apenas de nanogramos por litro, a futuro puede ser perjudicial, sobre todo afectando a los organismos marinos, por ejemplo, al provocar cierta feminización en los peces, o hasta su trasngeneración.
Asimismo, aclara que este tipo de hormonas también pueden estar presentes en el agua tratada, ya que llegan por medio de medicamentos caducados que se tiran al sanitario, e incluso, han encontrado que algunos de estos contaminantes emergentes se mantienen en las mismas concentraciones en aguas industriales o de uso doméstico ya tratadas.
Debido a ello, la investigadora está realizando un proyecto a fin de eliminar su presencia, a partir de la oxidación de enzimas: «Al oxidar un compuesto se puede volver más biodegradable; al hacerse más soluble en agua está más disponible para que hongos o bacterias lo conviertan en productos inocuos».
Para degradar los contaminantes, su equipo de trabajo evalúa las enzimas como peroxidasas, lacasas y halogenasas, utilizando un biosensor que se basa en una proteína que reconoce en el cuerpo a los estrógenos
Para degradar los contaminantes, su equipo de trabajo evalúa las enzimas como peroxidasas, lacasas y halogenasas, utilizando un biosensor que se basa en una proteína que reconoce en el cuerpo a los estrógenos. «Tratamos de hacer fusiones entre esa proteína, que es el receptor de estrógenos, y unas proteínas fluorescentes, de manera que cuando la hormona esté presente se detecte una señal de fluorescencia», describe.
En este sentido, la investigadora de la UNAM, especialista en enzimas, sabe que que pueden oxidar compuestos, de ese modo se vuelven más disponibles para que los microorganismos los biodegraden y, para ese fin, se utilizan enzimas llamadas oxidorreductasas en su laboratorio.
A través de algunas herramientas teóricas, los universitarios identifican en qué sitio la enzima sería proclive a oxidarse, luego hacen mutaciones para eliminar esos aminoácidos y sustituirlos por otros que sean menos susceptibles. «La idea es probar que las enzimas modificadas son más estables durante la reacción», finaliza.