Por Maribel Miceli
Durante muchos años, la construcción ha sido considerada una actividad exclusiva de hombres, y aunque cada vez hay menos prejuicios contra las mujeres que eligen disciplinas directamente relacionadas con este ramo, como ingeniería o arquitectura, hay una brecha enorme de desigualdad.
La importancia de estas actividades estriba en que ingeniería y arquitectura, como pilares de la industria de la construcción abordan un sinfín de campos en el desarrollo de servicios, obras y proyectos de infraestructura, que son de gran impacto para el mejoramiento económico de cualquier país. Así también, generan conocimientos que se aplican de diversas maneras para obtener las más innovadoras alternativas de solución; y en ambas disciplinas, hombres y mujeres han dedicado su vida para tener ciudades desarrolladas y con mejores servicios.
En 1902, Julia Morgan (1872-1957) de San Francisco, California, egresada de la Escuela de Bellas Artes de París, se convirtió en la primera arquitecta en el mundo; sin embargo, su aceptación como alumna no fue nada fácil, ya que en 1896 le había sido negado el ingreso. Fue gracias al activismo de la Unión de Mujeres Artistas Francesas que un año después se le autorizó realizar el examen para ingresar a la Universidad.
DIez años después, Elisa Leonida Zamfirescu (1887-1973) se graduó como primera ingeniera en el mundo. Nacida en Galati, Rumania, después de terminar el bachillerato, Zamfirescu intentó inscribirse en el Colegio de Ingenieros de Puentes y Caminos de Bucarest, pero fue rechazada. Debido a ello, tuvo que trasladarse a Berlín. En 1909 se inscribió en la Academia Real Técnica. Ahí, su decano quiso convencerla para que renunciara citando las tres K: “kirche, kinder, küche” (iglesia, niños, cocina), rol que tenían las mujeres en la sociedad de esa época. Sus compañeros la ignoraban y uno de sus profesores al verla en clase gritó: “La cocina es el lugar de las mujeres, no la Politécnica”. Pese a todos los obstáculos, se graduó con honores y su decano le dijo que era “la más diligente de las diligentes”.
En México, Concepción Mendizábal fue la primera ingeniera Civil egresada de la Escuela Nacional de Ingeniería, institución que llevaba más de 110 años educando a varones. Mendizábal se tituló en 1930 con la tesis Proyecto de una torre elevada de concreto armado para 300 m3 de agua, de 20 metros de alto con un mirador en la parte superior; desarrollando los principales detalles de la construcción. Concepción tuvo la fortuna de tener un padre ingeniero graduado de la misma escuela. Esa circunstancia y su tenacidad hicieron que consiguiera lo inédito en un México conservador.
En 1939, María Luisa Dehesa y Gómez Farías, nacida en Xalapa, Veracruz (1912-2000), se convirtió en la primera mujer arquitecta en México y en Latinoamérica, graduada por la Academia de San Carlos de la Universidad Nacional de México (hoy UNAM). Enfrentó la discriminación por parte de sus profesores, quienes consideraban que una mujer no debería ser arquitecta. Sobrepasados todos los obstáculos, se graduó con honores con la tesis Cuartel de Artillería Tipo. Su padre solía decirle: “Tú debes aprender de todo, eres la mayor, así que eres el hombre de la casa”. Como anécdota, se cuenta que alguna vez María Luisa le preguntó a uno de sus profesores por qué no la hacía participar en los temas de la clase, a lo que el profesor respondió: “A usted, sólo le puedo preguntar cómo se hace una sopa de fideos”.
Actualmente, en México, egresan un promedio de 18 % de ingenieras y 35 % de arquitectas del total del colegiado de estas disciplinas, cifras que se han mantenido en la última década. En España, en cambio, ha ido bajando de 17 a 10 % la plantilla de ingenieras por falta de oportunidades.
En nuestro país, desde la institución que lidera el presidente nacional de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC), Gustavo Arballo Luján, con el cargo que se me confirió como vicepresidenta nacional de Mujeres Empresarias, hemos impulsando a las mujeres dedicadas a esta actividad tan importante para la economía nacional, y hemos pasado de 4.7 a 14.5 % de mujeres al frente de empresas, en un universo de 11 mil afiliados a la CMIC.
Con el cargo que se me confirió como vicepresidenta nacional de Mujeres Empresarias, hemos pasado de 4.7 a 14.5 % de mujeres al frente de empresas, en un universo de 11 mil afiliados a la CMIC»
Maribel Miceli Maza, Vicepresidenta Mujeres Empresarias de la CMIC
No obstante, aun cuando el porcentaje ha incrementado, la brecha de desigualdad es enorme, no sólo en número de contratos sino en remuneración económica. Pese a los discursos oficiales, a los compromisos públicos de los políticos (salvo contadas excepciones), la realidad es otra. Se requiere de una concientización profunda para que se considere a las mujeres en igualdad de circunstancias y con los mismos derechos; voluntad política y verdadero cambio de la concepción estructural y cultural en nuestro ramo.
Existe, pues, un techo de cristal muy reacio a romperse, ya que, como es bien sabido, la pobreza se agudiza más en las mujeres en tiempos de crisis económica, como la que se vive en este momento, por lo que se deben diseñar políticas públicas acordes y llevarlas a cabo como medidas de mitigación.
A través de las coordinadoras regionales y delegacionales de Mujeres Empresarias de la CMIC, impulsamos la capacitación de mujeres en condición de pobreza en oficios no tradicionales. Estos oficios son parte medular de la industria de la construcción: talleres de plomería, acabados, electricidad y soldadura, así como la formación de operadoras de maquinaria pesada, como es el caso de mujeres que se han capacitado en Chiapas y Nuevo León.
Lo anterior tiene la finalidad de dotar de herramientas y habilidades a mujeres, quienes se podrán incorporar de manera gradual a la actividad económica preponderante de la industria de la construcción e, incluso, en un futuro no lejano, trabajar en equipo. Ellas podrán construir o autoconstruir sus viviendas; sin embargo, estamos conscientes de que para lograr estos objetivos se requiere de la voluntad de las instituciones públicas y privadas, así como de la sociedad en su conjunto, para que podamos mejorar las condiciones de las mujeres que se atreven a enfrentar retos en un mundo históricamente masculino.
Hasta el momento, van más de 7 mil mujeres capacitadas en dichos oficios en todo el país, quienes a su vez esperan la oportunidad de ser tomadas en cuenta para tener acceso a un trabajo digno y mejor remunerado. El reto está ahí.