Vivir inmersos en la paradoja del exceso de agua y la escasez en el Valle de México, nos obliga a mantener en estado óptimo la operación del sistema de drenaje; también es necesario establecer el uso eficiente y sostenible del agua

Por Ángeles Mendieta Alonso

Alrededor del siglo XIV se fundó el México-Tenochtitlán, hoy día Ciudad de México. Con sus más de 8.9 millones de habitantes, ubicada sobre lo que fuera un sistema de lagos, a 2 mil 240 metros sobre el nivel del mar y rodeada de montañas, es una de las urbes más pobladas y cosmopolitas, que por sus características geográficas y orográficas, y al tratarse de una cuenca cerrada, no tiene una salida directa para las lluvias que se precipitan de manera torrencial, ni para las aguas residuales de sus habitantes.

Es amplia la riqueza histórica, cultural y natural de esta importante metrópoli, que para operar requiere cotidianamente de una extensa y compleja infraestructura vial, líneas para suministro eléctrico, así como redes y sistemas de telecomunicaciones, para dotación de agua potable y, por supuesto, para el servicio de drenaje, por demás fundamental para su funcionamiento y continuidad, y que a través del tiempo se ha transformado para atender las necesidades de sus pobladores, tanto de la propia CDMX, como de la Zona Metropolitana del Valle de México, en donde se encuentra inmersa.

De esta manera, el sistema de drenaje del Valle de México puede explicarse en dos momentos: en la época prehispánica y a partir de la colonia. En el México-Tenochtitlán, los habitantes del Valle de Anáhuac construyeron diques como el albadarrón de Nezahualcóyotl, diques de 22 km, 4 metros de alto y casi 7 de ancho, realizado en el año 1450; así como otras importantes obras hidráulicas, a través de las cuales controlaron el agua y la aprovecharon en actividades de pesca, de desarrollo agrícola mediante chinampas y como su principal vía de comunicación. Debe recordarse que la Ciudad de México y su Zona Metropolitana se encuentran en una zona sísmica, de suelos arcillosos y sobre una cuenca originalmente formada por los lagos de Texcoco, Xaltocan, Zumpango, Xochimilco y Chalco, que, en época de lluvias, llegaban a transformarse en un sólo cuerpo de agua de 2 mil km de superficie.

Por su parte, los colonizadores tuvieron una visión distinta. Consideraban que el agua de los lagos era un peligro para la salud y optaron por desecarlos, práctica que sumada a las técnicas europeas de agricultura, ganadería y a la propia fundación de la Nueva España, dio origen a inundaciones recurrentes, que a través del tiempo se han agravado en la medida en que ha crecido la población y la urbanización.

El actual sistema de drenaje troncal del Valle de México data de los siglos XVII y XVIII, a partir de la construcción del Tajo de Nochistongo, inaugurado en 1788, un siglo y medio después de su inicio. De esta manera, el primer desagüe artificial del Valle abrió la cuenca y canalizó las aguas del lago Cuautitlán al río Tula, hacia el Valle del Mezquital, lo que al mismo tiempo aceleraría también la desecación de la cuenca.

El actual sistema de drenaje troncal del Valle de México data de los siglos XVI y XVIII, a partir de la construcción del Tajo de Nochistongo, inaugurado en 1788, un siglo y medio después de su inicio»

En el año 1900 se inauguró el Gran Canal del Desagüe, con una longitud de 47 kilómetros a cielo abierto; no obstante, debido al hundimiento del suelo, asociado a la sobreexplotación de los acuíferos locales, su pendiente fue disminuyendo, por lo que en 1950 se estableció un sistema por bombeo que actualmente se utiliza para descargar el agua de los colectores que se concentra en cárcamos, para posteriormente bombearla al Gran Canal.

Con esta infraestructura y el entubamiento de algunos ríos, se trató de hacer frente a las inundaciones; sin embargo, éstas continuaron agravándose, por lo que en 1959 entró en operación un sistema de drenaje profundo que consistiría en un Emisor Central de 50 kilómetros de longitud y principal componente del drenaje profundo, al que posteriormente, en 1962 se le uniría el Túnel Emisor Poniente, que en conjunto desalojarían las aguas residuales y pluviales por gravedad de la ciudad, desembocando en el río de El Salto, en Hidalgo.

Ilustración de la Ciudad de México en el siglo XIX, años antes de la inauguración del Gran Canal del Desagüe / © Adolphe Rouargue, Dominio Público

Inicialmente, el sistema de drenaje se planteó para funcionar alternadamente en tiempo de estiaje y en temporada de lluvia, de tal manera que cuando se presentaran niveles bajos de agua, estos serían conducidos superficialmente por el Gran Canal del Desagüe, permitiendo el mantenimiento del Túnel Emisor Central y en época de lluvias, los escurrimientos se conducirían a través de los Túneles Emisor Poniente y Emisor Central.

Sin embargo y nuevamente a causa del hundimiento del suelo, empezó a formarse una contrapendiente y el Túnel Emisor Central tuvo que operar de forma continua en época de lluvia y de estiaje, afectando su programa de mantenimiento durante 17 años, derivando en un deterioro notable de su infraestructura y en un alto riesgo de falla que de ocurrir ocasionaría catastróficas inundaciones; de hecho, de acuerdo con estudios realizados por el Instituto de Ingeniería de la UNAM, alcanzarían más de 5 metros de agua sobre el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, lo que podría incluso paralizar actividades políticas y económicas, con una superficie inundada que rebasaría los 217  kilómetros cuadrados de superficie, más del 10 % del área urbana actual.

Para mitigar este riesgo, de manera emergente, a partir del 2008 entraron en operación algunas obras que permitieron llevar a cabo diversas acciones de mantenimiento y para prevenir un posible colapso del Túnel Emisor Central; y fue justamente en ese mismo año que se inició con la construcción del Túnel Emisor Oriente.

Esta obra de 62 kilómetros de longitud y capacidad para desalojar hasta 150 m3/s de agua residual y pluvial que deriva a la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de Atotonilco, inicia en el Túnel Interceptor Río de los Remedios, el cual también confluye con el Gran Canal del Desagüe, para desembocar en el río El Salto, cerca del portal de salida del Túnel Emisor Central.

La naturaleza lacustre y las torrenciales precipitaciones pluviales, históricamente han ocasionado inundaciones que se han agravado a medida que incrementa la población y se extiende la mancha urbana. Por tanto, para desalojar las aguas residuales y pluviales, es necesario operar de manera eficiente y coordinada, con base en reglas y criterios de actuación bien definidos, por lo que desde el año 2000, el Sistema de Aguas de la Ciudad de México, la Comisión de Aguas del Estado de México y la Conagua, coordinan esfuerzos para la adecuada operación de las redes y sistemas de drenaje.

El Protocolo de Operación conjunto permite operar de manera coordinada la amplia infraestructura existente y la nueva que se va incorporando, a través del sistema de drenaje troncal de la ZMVM, conformado por presas, lagunas de regulación, túneles, colectores, plantas de bombeo, colectores profundos, colectores semiprofundos y canales. 

Vivir inmersos la paradoja del exceso de agua y la escasez en el Valle de México, no sólo nos obliga a mantener en un estado óptimo la operación del sistema de drenaje; también es necesario establecer el uso eficiente y sostenible del agua, acciones y estrategias que en conjunto nos permitirán lograr el desarrollo sustentable y la gestión integrada de los recursos hídricos en la Cuenca del Valle de México.

Ángeles Mendieta Alonso

María de los Ángeles Mendieta Alonso es Maestra en Finanzas por la UNAM, durante su trayectoria en la Administración Pública ha contribuido en planeación de proyectos y programas de inversión, calidad y la reingeniería de procesos. Actualmente, es Directora de Gestión de Cartera de Proyectos en la Conagua.
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